¿Cuáles son las diferencias entre el modelo Beveridge y el Bismarck?

En este tercer capítulo, que sigue a La sanidad pública y privada [II] - El modelo de EEUU y Singapur, se pretende analizar los dos modelos sanitarios predominantes en los principales países en Europa. A la izquierda de la imagen, Otto von Bismarck fue el creador de lo que conocemos como Estado de Bienestar, y dentro de estas políticas, en 1883 nació el modelo sanitario que lleva su nombre. Al otro lado de la imagen, el economista británico William Beveridge creó en la década de los cuarenta el modelo que conocemos en España. Ambos sistemas tienen en común la universalidad y la equidad, pero las diferencias son sustanciales en cuanto a la forma de financiación, a la distribución y canalización de los servicios y, sobre todo, al papel que juega el Estado en cuanto a gestión, planificación y regulación. Pero veamos más en detalle:

El sistema Beveridge o Sistema Nacional de Salud (SNS) está implementado en el Reino Unido, Italia, Suecia, Finlandia, Dinamarca, España y Portugal, y se basa en la financiación pública por parte del Estado, o lo que es lo mismo, lo paga toda la ciudadanía a través de los impuestos. El gobierno de turno, a través de los presupuestos generales anuales, dota a todo el tejido sanitario del dinero necesario para su correcto funcionamiento, siendo variable en función del momento económico que se esté viviendo. Dentro de este tejido se contempla la atención primaria, la atención hospitalaria, infraestructuras, equipamientos, tecnología, investigación y los fármacos subvencionados. Por tanto, es un sistema gratuito porque no existe copago —salvo en los medicamentos no financiados al 100%—, es decir, no se cobra la asistencia en el momento, pero sí lo paga la población residente y los turistas mediante las obligaciones fiscales directas e indirectas. Por otro lado, los servicios que se prestan se canalizan a través de los médicos de cabecera, que en una primera inspección en centros de salud de barrio o pequeña localidad, deriva al paciente a los médicos especialistas si fuese necesario. Sin embargo, no existe elección del médico por parte del paciente, sino que es asignado —aunque sí es posible solicitar un cambio en casos justificados—, como tampoco la hay ni del centro hospitalario, ni de calidades ni comodidades. Por tanto, estamos ante un sistema monopolista completamente centralizado, regulado y planificado por el Estado, donde el paciente puede utilizar los servicios ilimitadamente al no tener que copagar atención, lo cual deviene en el uso inadecuado de los servicios de urgencia y en el colapso de algunas especialidades, generando tiempos de espera muchas veces inasumibles.

El sistema Bismarck, implantado en Alemania, Austria, Francia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo o Grecia, es lo que se conoce como Sistema de Seguros Sociales (SSS), debido a que se obliga a los empresarios y trabajadores a contratar un seguro médico privado de los que existen normalmente en libre competencia —en Países Bajos, el beneficio de las aseguradoras está regulado—, y entre ambos se pagan las primas en función de las coberturas demandadas. En los casos de ciudadanos con pocos recursos económicos, existe cobertura básica, a diferencia del modelo americano —explicado en el capítulo anterior—. Al basar su funcionamiento en un entramado de empresas de seguros privadas, no existe planificación por parte del Estado, que actúa como un mero regulador en materia de consumo y competencia, estableciendo unos parámetros esenciales a cumplir por todas ellas, como si se tratase de cualquier otro sector mercantil. El hecho de que el paciente no esté sometido a un monopolio sanitario le permite escoger la póliza que mejor se ajuste a sus necesidades médicas, ya que se le otorga la capacidad de elegir médico, hospital, y comodidades dentro de este —similar al caso de Singapur, expuesto en el anterior capítulo—. En cambio, y a diferencia del modelo Beveridge, este sistema puede estar sujeto a importantes copagos si se demandan servicios fuera de las coberturas contratadas, las cuáles pueden tener tantas clausulas como el proveedor considere oportuno, a fin de salvaguardar la eficiencia, la solvencia y, en resumen, la viabilidad económica de la empresa. Aunque pueda parecer negativo, los copagos actúan como mecanismo antiabusivo, haciendo que el paciente no acuda a urgencias innecesariamente y reduciendo considerablemente los tiempos de espera. Otro de los factores determinantes de este sistema es la distribución y canalización de servicios, pero se estudiará en una futura entrega.

En definitiva, estamos ante dos modelos que aseguran una sanidad de calidad y universal, pero con mecanismos muy diferenciados. Por un lado, tenemos a un sistema extractivo, en cuanto a que se financia mediante impuestos, y a su vez, es "solidario" e igualitario, en cuanto a que los que más pagan reciben los mismos servicios y disponen de los mismos recursos y comodidades que los demás. Asimismo, el Estado planifica el gasto destinado a todo el entramado sanitario, recortando aquí o allá cuando es necesario sin atender a necesidades de mercado. Por el otro lado, tenemos a un sistema inclusivo, en cuanto a que se sirve de muchos parámetros del paciente para el cálculo de la prima —véase cómo se financia la sanidad privada en el primer capítulo La sanidad pública y privada [I] - Financiación—, y le da la libertad de seleccionar su asistencia. Además, al no estar planificado por un órgano rector monopolista, se permite el libre mercado, ajustando precios y calidades. Aunque la sanidad española está entre las mejores del mundo, es fácilmente mejorable mediante la implementación de un sistema Bismarck, mucho más liberal que el Beveridge, que según lo explicado, es mucho más cuidadoso con el gasto público. De lo que no cabe duda es de que el sistema Beveridge es el preferido por los gobiernos socialistas, porque vende esa falsa sensación de garantía al ciudadano, que desconoce otras alternativas y teme cualquier cambio o recorte, pero que descuida su bolsillo al saberse protegido.