Sin duda, se puede decir que estamos viviendo uno de los peores momentos de la historia reciente de España. Una crisis sanitaria sin precedentes en nuestro país, pero sí en otros, como en China e Italia, que lo empezaron a sufrir antes que nosotros, y de los que podríamos haber aprendido algo. Pero no, desde la barrera veíamos al toro con seguridad, y parecía divertido, pero la saltó y nos corneó. Ahora el toro está suelto y hemos corrido a refugio, pero ha dejado un reguero de víctimas. Ha sido demasiado tarde. ¿Quién tiene la culpa, el toro o quien no veló porque la barrera fuese más alta? La respuesta es obvia, pero si la barrera es más alta el público no ve al toro, y el espectáculo pierde la gracia. Ha pasado más veces, pero la barrera nunca se pone más alta. No hay que ponerse la tirita antes de tener la herida. Todo sea por el espectáculo.

Salvando las distancias, esto es equiparable a lo ocurrido con el coronavirus, aunque es mucho más dramático paralizar un país que subir la altura de una barrera. Las consecuencias son incalculables, pero puede que nos hubiésemos ahorrado algún muerto y muchos contagios. Porque era mejor esperar. Esperar un día más, un rato más, todo por el espectáculo. Había mucho en juego, políticamente hablando, y la situación no era tan grave, se podía controlar. Había que celebrar el 8M, el Día Internacional de la Mujer. Había que esperar y luego ya se vería. Había que salir a la calle a politizar ese movimiento noble que la izquierda ha prostituido, con Irene Montero a la cabeza y otras mujeres del Ejecutivo, además de la primera dama. El resultado fue el esperado: todas contagiadas. Aunque eso es lo de menos, porque a ellas no les faltará ningún cuidado mientras los servicios sanitarios están saturados por la irresponsabilidad flagrante de algunos y algunas. Sobre todo de algunas —aquí sí aplica el desdoblamiento de género— que salieron a la calle a manifestarse seducidas por los cantos de sirena del populismo.

Mientras tanto, en Italia se asistía a una progresión geométrica en el número de contagios, otros países de Europa empezaban a tomar medidas drásticas, China conseguía encarrilar al tren desbocado que habían descarrilado —o al menos eso es lo que sabemos hasta ahora—, y en España comparecía Echenique a través de la herramienta de los cobardes (Twitter) para decir, nada más y nada menos, que el machismo mata a más gente que el coronavirus. A la vista está que se equivocaba. Por su parte, ese mismo día, VOX celebraba un mitin multitudinario en Vistalegre, cuyo saldo cobrado fue el contagio de su líder Santiago Abascal y su secuaz Javier Ortega Smith. Al menos estos tuvieron la mínima decencia de asumir su irresponsabilidad, cosa que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no han hecho con el 8M, y no se espera que hagan. Ambos eventos son un acto de insensatez política de quien debe estar a la altura de las circunstancias, pero —lejos de justificaciones— la diferencia es que unos son el Gobierno de España y los otros no. Unos tenían información de primera mano y los otros no. Unos dejaron a la ciudadanía al pie de los caballos y los otros no.

Una vez hecho el ridículo, y en vista de lo que se venía encima, por fin se decidió a empezar a tomar medidas. Muy tibias, pero por algo había que empezar. Las empresas se encomendaron al teletrabajo, y otras decidieron cesar su actividad ante los contagios, el riesgo, y la falta de suministros. Se cerraron colegios, institutos y universidades. Se cancelaron eventos deportivos, conciertos y cualquier otro acontecimiento público que congregase a más de cien personas. Después de casi una semana de incertidumbre y manos blandas del Gobierno, se declaró el estado de alarma, y desde entonces vivimos confinados en casa so pena de multa. El país está prácticamente paralizado y parece que esta es la única forma de frenar el número de contagios. China solo necesitó recomendar dicho confinamiento en las ciudades más afectadas, no tuvo que recurrir a la ley. Los chinos parecen más responsables que los españoles. Joder, pero nos gusta el espectáculo.

Una explosión nuclear es terrible, devastadora. Asola lo que encuentra a su paso. Pero a diferencia de la convencional, sus secuelas son peores que la propia explosión: la radiación. Ahora mismo estamos esperando a que la curva de contagios doble hacia abajo. La crisis sanitaria pasará en poco tiempo, será un mal sueño, una pesadilla para los afectados y los familiares de las víctimas. La radiación del coronavirus se quedará con nosotros por mucho más. Los efectos económicos serán dolorosos. Indudablemente, el país entrará en recesión, se perderán muchos puestos de trabajo, inversiones tiradas a la basura, y se generará más deuda como medicina. Los mercados llevan tiempo retorciéndose, y el IBEX es muestra de ello: dos lunes negros consecutivos. El anticapitalismo de Podemos se estará frotando las manos. No en vano, se han oído propuestas de este corte que bien las podría haber firmado Hugo Chávez, pero algo de cordura queda en el PSOE. De ahí que el sábado de autos se tardase varias horas en que el presidente saliera a dar la cara ante los españoles, o eso cuentan las malas lenguas de la derecha.

Y esa derecha, condenada al ostracismo que provoca ser la oposición de este Gobierno, está tomando una postura diligente y correcta. El escenario lo requiere. Nadie entendería que se dedicara a ponerle palos en las ruedas a los que tienen el marrón. Ya bastante tienen. La paradoja es que los que ahora están jodidos son los mismos que antes hicieron oposición, y nunca demostraron la misma delicadeza, ni mucho menos. Todos recordamos la crisis de ébola, por la que sólo murió un perro y un misionero infectado en África. Toda la progresía salió en masa a pedir responsabilidades y dimisiones. ¿Qué hubieran hecho ahora? ¡Que me aspen! Pero no debemos caer en el revanchismo. No es el momento adecuado. Ya se pedirán cuentas. Aunque los medios afines al Gobierno hagan todo lo posible por blanquear su actuación. Sin duda la papeleta es compleja, probablemente la situación más difícil desde la Transición, pero había referencias como para no haber caído en la negligencia.

El presente es hoy, es ahora. Es cada nuevo contagio y cada nueva muerte. Es la empresa que manda a casa a sus empleados. Es el autónomo que paga y no factura. Es el trabajador que es despedido. El futuro aun no es. Será cuando dejemos de oír ese nuevo mantra "quédate en casa" que políticos, periodistas y otros iluminados están ahora difundiendo cuando antes banalizaban. Será cuando dejemos de contar fallecidos como si fueran un número frío, aunque en otras ocasiones se corría a poner nombres y apellidos. Dependía de a quién y cómo se quería castigar. Será cuando dejemos de dedicar aplausos a los sanitarios y al personal de los supermercados para seguir siendo los egoístas de siempre. Incluso los hay que no dejan de serlo nunca, como los que llenan carros enteros con papel higiénico, o los que roban mascarillas de los hospitales. El miedo y el hambre sacan la peor cara del ser humano.

Ah, y la codicia, pecado de exceso donde los haya, también es inherente a las personas. Incluso a aquellos que no necesitan nada más porque son altos cargos públicos, como el Rey Emérito. Aprovechando la actual confusión, su hijo y actual Rey de España, Felipe VI, ha anunciado que renuncia a la herencia de su padre y le deja sin asignación, debido a los casos de corrupción que se han ido desvelando últimamente y de los que era principal protagonista. Parece que no había mejor momento para dar de comer al republicanismo ahora que el fantasma de Franco ya está amortizado. ¿Es tan complicado hacer las cosas bien? Un gesto loable, de los que escasean, queda manchado por el aprovechamiento infame del contexto actual como eclipse de otros males. El espectáculo debe continuar.