¿Cómo se relaciona la jornada laboral de 4 días, la subida del Salario Mínimo Interprofesional y la Renta Básica Universal?
Medidas políticas, a simple vista unitarias o aisladas, esconden un objetivo a largo plazo que por impopular o difícilmente alcanzable es preferible no desvelar, pero si se bucea en el programa del grupo político promotor, en sus comentarios en redes sociales, o en alguna otra fuente, se puede sustraer. Este es el caso del plan que pretende impulsar el líder de Más País (re-reconvertido en Más Madrid) Íñigo Errejón, por el cual, la jornada laboral sea reducida de 40 horas semanales a 32, o lo que es lo mismo, de 5 a 4 días. Esto no es algo nuevo en la izquierda —no solo española—, llevan tiempo moviéndose alrededor de la disminución de las horas de trabajo sin perder masa salarial con la excusa de la conciliación familiar o la robotización de algunos sectores. El otro eje sobre el que pivota la actualidad en materia laboral es la subida del Salario Mínimo Interprofesional (en adelante SMI) de los 950 euros actuales a los 1.000, medida que ha levantado Podemos para su implantación ya en 2021. Parece que tanto Más País como Podemos se han conchabado para que cada uno proponga una medida altamente inoportuna, a fin de evitar un desgaste innecesario del partido cogobernante de Pablo Iglesias. Y es muy probable que algo así haya ocurrido, pero la realidad es que son dos proyectos políticos que buscan uno muy ansiado y tremendamente complejo: la implantación de la Renta Básica Universal (en adelante RBU).
El lector ya tuvo la oportunidad de leer acerca de una hipotética implementación de la RBU en España en el post sobre el Ingreso Mínimo Vital (en adelante IMV), que a duras penas consigue pagarse a los beneficiarios en la actualidad. La RBU, a diferencia del IMV, consiste en una renta que el Estado paga a todos los ciudadanos del país por el simple hecho de existir, tanto a adultos como niños, tanto a ricos como pobres, y sin condición alguna, es decir, de forma general o universal. Son muchas las filosofías sociales que justifican la necesidad de la RBU, la mayoría de ellas tendentes hacia la izquierda en todos sus estadios; el republicanismo, la socialdemocracia, el comunismo, el utilitarismo, el comunitarismo, el obrerismo, el tercermundismo, el igualitarismo o el suficientarismo son algunas que en mayor o menor medida defienden la RBU (J.R. Rallo 2015. Contra la renta básica). Tambien son muchos los personajes de la izquierda social y cultural que la propugnan; desde Juan Carlos Monedero, pasando por Pablo Iglesias, hasta el antes mencionado Errejón. Todos ellos fieles seguidores del neomarxismo, esa especie de subcultura que parece regir los comportamientos macrosociales de hoy en día, pero que nada tiene que ver con la filosofía de Marx, ni mucho menos con la idea de la RBU, concepto tan contemporáneo como el filósofo Philippe Van Parijs (1951), uno de sus grandes impulsores —si no, el que más—.
Los mencionados personajes de la política española abogan claramente y declaradamente por la RBU en España bajo el argumento de la eliminación de la pobreza, en tanto en cuanto, las personas sin recursos tendrían un paga asegurada. Además de este, también arguyen que los trabajos estarían mejor remunerados debido a que nadie se emplearía por debajo de un salario que no les compensase, que fomentaría el emprendimiento al tener siempre un colchón de dinero, o que movería mucho más el ciclo de la economía de consumo: aumentaría el gasto en bienes finales, y por tanto la demanda, la producción y la recaudación. Pero lo que más les seduce de todo el plan es que para financiar semejante desembolso de las arcas públicas los impuestos aumentarían drásticamente a las personas físicas, tanto el IRPF como el de Patrimonio, esto es la tan ansiada redistribución socialista de la riqueza que según ellos ha provocado el capitalismo descontrolado, la corrupción y la explotación laboral: los pilares básicos de la lucha neomarxista antes indicada. Nada más lejos de la realidad. La RBU traería holgazanería, inflación, desincentivación del esfuerzo, aumento de la inmigración ilegal para cubrir los puestos de quien no quiere trabajar, y un gasto público inmenso ineludiblemente creciente a medida que las contras enumeradas se alargasen en el tiempo.
Aparte de la RBU, no se debe olvidar que una reducción de la jornada laboral, así como un aumento del SMI, en un contexto socioeconómico tan adverso como el que vive España a causa del coronavirus sería un craso error, ya que lo que necesita el país es reconstruirse a base de trabajo, esfuerzo y facilidades para con los sectores más dañados. Es sin duda absurdo pensar que un hostelero puede salir adelante reduciendo la jornada laboral y pagando más sueldo y cotizaciones por sus empleados. Es sin duda ilógico obligar a una empresa con la producción parada por falta de demanda a que su beneficio marginal se reduzca aun más porque un gobierno desnortado le añade gastos de personal extra. Una vez expuestos los contraargumentos es fácil ver la relación entre una reducción de la jornada semanal, el aumento del SMI y la implementación de la RBU, amén del ya operativo IMV. El cuento de la lechera es siempre la falsa "liberación" del hombre de sus cadenas que le explotan su fuerza productiva para enriquecer a un despiadado capitalista. Poco a poco, el neomarxismo va consiguiendo hitos que calan en una sociedad atraída por los cantos de sirena del socialismo y por los fracasos de los políticos que no son capaces de ponerle freno, bien sea porque no llegan a gobernar o porque los votantes son mercenarios a los que hay que contentar.
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