Los gobiernos populistas saben obtener rendimiento político de su propio caos.




Los funambulistas son expertos en manejar sus propios contrapesos para mantener el equilibrio, saben gestionar sus movimientos perfectamente, balancear el riesgo hacia cualquier vector y su opuesto, y llegar airoso al final del trayecto. Lo mismo ocurre con los gobiernos populistas, son únicos prometiendo arreglos a sus propios desajustes para obtener un rédito político y ganarse nuevos votantes. Lo hemos visto hace unos meses en Argentina con la victoria del kirchnerismo sobre Mauricio Macri, que no supo arreglar el estropicio que le dejó el propio kirchnerismo, y lo estamos viendo ahora con la crisis agrícola en nuestro país. El detonante, en nuestro caso, ha sido la subida del salario mínimo 214 euros en dos años, llegando hasta los 950 en 14 pagas o 1.108 en 12. Lo que supone un beneficio para el trabajador, es un problema para el empresario, que pasa de pagar 1.115 a 1.440 euros al mes, sin contar las cotizaciones por enfermedad profesional y accidentes de trabajo, ya que son variables en función del CNAE. En el post "Subida del salario mínimo" ya se explicaron las consecuencias que una subida irresponsable del SMI podría acarrear, y las quejas de los agricultores son prueba de ello.

Nuestro Gobierno, en un acto de populismo de manual, le ha echado el muerto a las grandes distribuidoras de alimentos, alegando que son ellas las que tienen la culpa de que los agricultores no cobren lo suficiente ni como para cubrir gastos. Tal discurso es falaz de todo punto, y el Gobierno lo sabe, pero lo utiliza para ganar tiempo, calmar a la masa enfurecida y granjearse el apoyo del colectivo anticapitalista, al que le escuece que existan empresas que ganen dinero. Y es falaz porque cualquiera puede entender que los beneficios de estas distribuidoras se basa en que venden mucho de muchas cosas, no solo de productos hortofrutícolas, con los que precisamente menos ganan, ya que los margenes por kilo vendido son muy bajos. Entonces, ¿de dónde viene ese incremento del precio? Obviamente existen muchos factores que suponen el encarecimiento de todos los productos en general, como el tansporte desde el origen, almacenamiento intermedio, conservación, provisión de mermas, distribución mayorista, inspecciones de calidad, y, por último, venta al público. Todos estos, y otros, exigen un gasto en infraestructuras, impuestos y, sobre todo, en salarios, lo que provoca el necesario aumento del precio.

Todo lo anterior, unido a la importación, genera un pulso competitivo que acaba soportando el productor local, y si este encarece voluntariamente su producto nadie se lo compra, con lo que se ve obligado a trabajar con márgenes nulos, si no negativos, produciéndose así un círculo vicioso de difícil porvenir. Para arreglar este desaguisado, el Gobierno ha dejado caer que la solución pasa por fijar unos precios mínimos en origen para asegurar una mínima rentabilidad del sector agrícola español, lo cual repercutirá, obviamente, en el precio en destino. Esta medida tiene dos lecturas: una es positiva para el agricultor, que mediante el control de precios por parte del Estado, verá cómo su negocio respira; y la otra no lo es tanto, ya que es un parche temporal, si atendemos a que se tendrá que revisar al alza progresivamente a medida de que suban los salarios, se impongan aranceles a causa de otras medidas como la tasa Google, o se den catástrofes medioambientales causadas por el cambio climático, y esto impactará en el bolsillo del ciudadano. ¿Haría lo mismo con otros negocios? No parece.

Mientras tanto, Pedro Sánchez consigue capear el temporal, se gana el voto agrícola, y cuando la ciudadanía se queje del aumento de precios de productos básicos ya pensará qué otra medida populista toma, porque lo de bajar impuestos no es negociable para un gobierno socialista. Y esta es la forma en la que es capaz de balancearse sobre su alambre político sin perder el equilibrio. No cabe duda de que son expertos en arreglar problemas que ellos crean, creando otros nuevos, y así sucesivamente. La cuestión es hasta cuándo.