El trumpismo populista de VOX agita a la izquierda que hace un llamamiento social al miedo.


No hace ni cuatro años España presenció el pacto entre el PSOE y Podemos, y los adversarios populistas intentaron sumir a la población en el miedo ante la llegada del bolivarianismo, o incluso del bolchevismo. Dramatizaron con que España se convertiría en un satélite soviético al oeste de Europa como pretendió Largo Caballero. No ha ocurrido nada ni remotamente parecido. Si bien la primera mitad de la legislatura ha estado eclipsada por la pandemia de Covid, la segunda ha traído legislación puramente socialdemócrata en lo económico y populista en lo social, habida cuenta del reparto ministerial de cada partido. Ahora, dado el crecimiento de la derecha y vistos los pactos que se están produciendo entre PP y VOX en ayuntamientos y comunidades autónomas tras las pasadas elecciones del 28 de mayo, es la izquierda la que acude al manido falso dilema para asustar al electorado y pescar algún voto. El detonante, como si se necesitase alguno, ha sido la lona que VOX ha colgado en la fachada de un edificio de Madrid en la que se muestra una mano tirando a la papelera símbolos de movimientos sociales colectivistas, algunos de ellos fetiche para la izquierda. Estos son el del feminismo, el de la Agenda 2030, el del movimiento LGTBIQ+, el del movimiento okupa, el del comunismo y la estelada catalana.

Atendiendo a las reacciones que ha suscitado el pretendido mensaje de VOX, se ha puesto el foco en el presunto retroceso en materia de igualdad que los gobiernos de derechas impulsarían, tanto para el feminismo como para la diversidad sexual. Ambos movimientos representan el paradigma revolucionario de esta nueva izquierda, que ha aparcado la lucha obrera para adentrarse en senderos de escaso recorrido social, a fin de polarizar y lograr la democracia populista que pretendía Ernesto Laclau, uno de los ideólogos de Podemos, para romper la hegemonía de las élites que conforman las democracias liberales tal y como las conocemos. Es decir, le toca a la izquierda inocular el miedo a la sociedad apelando a, prácticamente, una vuelta al franquismo, donde las mujeres estarían subyugadas al dominio del hombre, y los homosexuales serían perseguidos como enfermos. De la misma forma que España no se ha convertido en Venezuela durante estos últimos cuatro años, es altamente improbable que en los próximos cuatro se convierta en la Alemania nazi, en el hipotético caso de una coalición de PP y VOX tras las elecciones generales del 23 de julio. Pero además, se está haciendo una interpretación maliciosa del cartel, en tanto que VOX no persigue a mujeres y homosexuales, sino a los lobbies o grupos de presión política que de un tiempo acá se han formado en torno a ambos movimientos desde postulados posmodernos fabricados en laboratorios ideológicos neomarxistas americanos.

La pretensión de VOX en su discurso público no consiste en que los homosexuales regresen al armario, que los hombres agredan a las mujeres, o que los negros vuelvan a ser esclavos de los blancos. Su propósito es acabar con la dialéctica oprimido-opresor que se ha instalado en las sociedades occidentales como fórmula para aupar al poder a partidos wokistas, y sobre todo, cerrar el grifo de financiación pública de la que beben innumerables organizaciones «bienintencionadas», pero que son verdaderos parásitos del esfuerzo de la población. Ahora bien, puede que haya a quien le parezca una estrategia igualmente polarizante en momentos en los que se necesita una rebaja de la tensión política, pero resulta que VOX es populismo de derechas y producto de Steve Bannon, el ideólogo de Donald Trump. Es evidente que VOX creció como contrapeso de Podemos, y es más evidente aún que ambos partidos son la cara y la cruz de una misma moneda: la del populismo. Si desde la izquierda se insiste en la existencia de una violencia machista, desde la derecha se niega apelando a eufemismos como violencia intrafamiliar. Si la izquierda denuncia una homofobia sistémica en la sociedad española, desde la derecha se descarga la culpa en la supuestamente nociva multiculturalidad constituida principalmente desde países subdesarrollados. Argumentos y contraargumentos tendenciosamente compatibles basados en estadísticas no concluyentes si se atiende a las premisas sociológicas, las cuales dan muestra de que existen innumerables variables exógenas aparte de las que se miden.

En el hipotético caso de que la derecha se haga con el poder del país a partir de las elecciones generales del 23 de julio, es probable que la vida transcurra de la misma forma que hasta ahora. A fin de cuentas y siendo realistas, los países de la eurozona están sujetos por la misma socialdemocracia centralista mínimamente variable en cuestiones descentralizadas como la fiscalidad, el empleo o los servicios públicos. El control monetario es exclusivo del BCE, y cualquier acción que implique un retroceso social, opresión política o alteración de la separación de poderes sería reprimida por el gobierno de la Unión. Y aunque VOX sea antieuropeísta, no parece que pueda lograr el suficiente peso en la coalición como para articular una suerte de brexit español, aunque fuese algo positivo a la larga tras reducir muy considerablemente los niveles de déficit y deuda pública, cosa que no parece que vaya a suceder. En definitiva, y sin acudir a suposiciones peregrinas, un presunto gobierno de PP y VOX no abocaría al país a una nueva dictadura nacionalcatólica como auguran algunos interesados, sino que debería mantener la dinámica impuesta por el sentido común si no quiere acabar como el gobierno saliente.