¿Cuáles han sido las claves en la autodestrucción del partido morado?
No es muy difícil saber qué ha fallado en la campaña de Podemos para las pasadas elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo. Su apuesta se centraba en lograr un buen resultado en las ciudades de Madrid y de Valencia, sabiendo que estaban muy limitados para conseguir números relevantes en las grandes autonomías. El resultado fue un tremendo batacazo que les ha dejado sin práctica representación en todo el país. No supieron reconciliarse con sus votantes tras proponer medidas como una playa en cada barrio de la capital, demoler el Arco de la Victoria de Moncloa, quitarle la medalla de oro de Madrid a Ana Rosa Quintana, o llevar como candidata a la alcaldía de Valencia a una mujer cuyos principales méritos eran ser bollera y sorda. No obstante, en este antepenúltimo capítulo solo se ha escenificado la agonía de un partido que lleva tiempo enfermo, y que en el penúltimo está luchando por mantener sus constantes vitales unido a un cuerpo hostil. No sería de extrañar que en el capítulo del 23 de julio, las elecciones generales anticipadas por Pedro Sánchez acaben con el proyecto político de Pablo Iglesias. El génesis de Podemos fue noble, pero rápidamente mutó en una calamidad política, económica y social, perpetrada por manos indeseables que solo han traído más mal que bien a los ciudadanos. Salvo para ellos, obviamente, que han visto engordar sus cuentas corrientes y han tragado tremendos sapos para no soltar la poltrona. Todo lo que dijeron que no harían y que han acabado haciendo como buenos estafadores políticos al uso.
La metodología política de Podemos no es nueva, la importaron de Latinoamérica, ideada por el filósofo y politólogo postmarxista, trostkista y peronista Ernesto Laclau, autor de La razón populista, obra referente de Iñigo Errejón. Tanto Errejón como Pablo Iglesias, las dos figuras más representativas de la primera etapa del partido, asumieron abiertamente que la lucha marxista proletaria no tenía efecto en sociedades aburguesadas por las democracias liberales, resultado del medioclasismo —término principalmente argentino que viene a significar la consecución de la clase media por la mayor parte de la sociedad de un país—, con lo que la alternativa era la búsqueda de una democracia populista.
El populismo, en su definición no peyorativa, conduce a la construcción del vínculo político con el pueblo para dotarle de identidad hasta lograr una hegemonía que rompa con las élites dominantes. El 15M representó fielmente esa organización popular al grito del «no nos representan», y fue la chispa que encendió ese descontento social con el bipartidismo corrupto del PP y del PSOE. Seguidamente, la polarización que Laclau consideraba necesaria en la iniciación de su democracia populista hizo acto de presencia en forma de divisiones por género, raza y condición. O a favor de su feminismo, o machista; o de izquierdas, o fascista; o pro-movimiento LGTBI, u homófobo; en definitiva, o con ellos o contra ellos. Puerilismo político para alimentar al electorado infantilista.
La integración en Sumar, el proyecto político de la vicepresidenta comunista Yolanda Díaz, supone la enorme posibilidad de disolución de Podemos en tanto que perderá su marca, buena parte de su militancia, y su identidad populista. Aunque una formación pueda empatar con la otra, parece que Sumar huye de alguna manera de esa polarización dicotómica que ha empleado Podemos constantemente desde sus inicios, centrándose en políticas económicas, fiscales y laborales de verdadero interés ciudadano. Solo así se explica el veto a Irene Montero como condición de entrada de Podemos en la novedosa agrupación de fuerzas. La ministra de Igualdad y máxima artífice de la división social por sexo y género es la principal responsable de la degradación de su partido en los últimos años, incluso más que su pareja y líder Pablo Iglesias. Despropósitos legislativos como la "ley del sí es sí", que ha abaratado la condena a más de un millar de delincuentes sexuales y ha sacado de la cárcel a más de cien; o como la "ley trans" o la "ley del aborto", que respectivamente permiten a los menores de edad cambiarse de sexo en el Registro y abortar sin el consentimiento de padres o tutores, es más que suficiente motivo para que Yolanda Díaz considere que su figura es contraproducente para sus intereses políticos. También lo es la de Pablo Echenique por ser un activo tóxico a todas luces, un agitador de masas y un provocador.
Sin embargo, Sumar es un conglomerado de partidos socialistas pequeñoburgueses, puesto que las formaciones políticas que lo forman lo son. No existe en España un gran partido de izquierda obrerista, y mucho menos lo es el PSOE con su socialdemocracia capitalista keynesiana. Es decir, los verdaderos socialistas están huérfanos de representante político y van a seguir estándolo, con lo que su constante desafección derivada en abstencionismo electoral es perfectamente natural. Podemos llora por el veto a Irene Montero y acusa a Sumar de no representar a la verdadera izquierda transformadora, como si ellos lo hubieran sido alguna vez. División. La guerra está servida, pero Yolanda Díaz se ha preparado colocando a las primeras espadas de Podemos en puestos irrelevantes en las listas. Esta jugada y lo que parece una victoria de la derecha en las elecciones del 23J auguran el final del partido morado. Es sin duda una buena noticia para la sociedad.
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