¿Cuáles son las causas y las consecuencias de la quiebra del Silicon Valley Bank y de los problemas del Credit Suisse?


Obviar las consecuencias de la inyección de liquidez de los bancos centrales en la maltrecha economía tras lo más duro de la pandemia era ridículo. La alta inflación que sufren Estados Unidos y Europa es culpa de esa política monetaria expansionista keynesiana que ha sido contraproducente casi tantas veces como se ha aplicado. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, y Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, están perpetuando los mitos del economista británico, famoso consejero del New Deal americano, John Maynard Keynes. A la subida de precios hay que sumarle la reciente quiebra del Silicon Valley Bank (SVB), el decimosexto banco estadounidense y el que mayor masa de pasivo por depósitos tiene en Silicon Valley con clientes como Google, Microsoft, Meta, Apple, Netflix o Tesla entre otros. Precisamente esta ha sido la causa de su bancarrota, la retirada de depósitos de diversas empresas para autocapitalizarse dado el empeoramiento de la financiación con la subida de tipos impuesta por la Reserva Federal. A esto hay que unirle que el banco había invertido su pasivo acumulado durante la pandemia en bonos del Tesoro a largo plazo, activos que tuvo que vender apresuradamente para restaurar parte de ese pasivo, lo que le supuso pérdidas por valor de casi dos mil millones de dólares y una caída estrepitosa en el mercado bursátil de Wall Street. Credit Suisse, por su parte, también está en serios problemas de solvencia tras una década incurriendo en pérdidas, y aunque no comparte causalidad con el SVB, ha tenido que solicitar un rescate al Banco Nacional Suizo ante la negativa del mayor accionista para recapitalizar la entidad.

Hay que retroceder a 2020 para encontrar el origen de los problemas que están sufriendo la mayoría de las economías mundiales. El COVID paralizó los mercados de todo el mundo a causa de las restricciones de movilidad aplicadas por casi todos los Estados, muchas empresas cesaron su actividad temporal o definitivamente, y los sectores productivos se ralentizaron salvo para cubrir la demanda en alimentación y algunas otras funciones esenciales. La reactivación de la vida económica con la reapertura de la movilidad provocó, por un lado, un exceso de demanda de bienes y servicios, y por el otro, un gran déficit de oferta. Las empresas mundiales no pudieron reiniciarse tan rápido como exigía la población, bien porque no contaban con materias primas, bien porque habían cerrado y sus recursos humanos estaban en sus casas. El resultado fue una prevista y lógica inflación de costes. Sin embargo, en vez de esperar el equilibrio, los bancos centrales inyectaron liquidez a través de los bancos privados con el objetivo de regar de dinero a las maltrechas empresas y facilitar su resurrección. Una de las medidas estrella del gobierno español fue la concesión de líneas de aval ICO, por poner un ejemplo cercano. El aumento de la masa monetaria en un contexto de déficit de oferta de bienes y servicios genera inflación de demanda, lo que unido a la inflación de costes antes mencionada, provocaron la tormenta perfecta. Aún suena el eco de lamentos como el de los «cuellos de botella en la producción mundial» o el de la «escasez de chips y contenedores».

Los efectos positivos de las medidas monetarias son instantáneos, pero los negativos se hacen esperar un tiempo. España fue el primer país rescatado con los fondos europeos ante la reticencia de los países frugales, y fue el primero que sufrió los efectos inflacionistas. Es en este momento cuando otros países están pasando lo peor del alza de precios, no obstante, las medidas antiinflacionistas de subidas de tipos de interés están mitigando lentamente esta desafortunada coyuntura. Ahora bien, este remedio no es precisamente inocuo. Financiarse sale mucho más caro, tanto micro como macroeconómicamente. De la misma forma que se han encarecido las hipotecas sujetas al Euribor o a cualquier otra curva de referencia de tipos de interés, se ha bajado la rentabilidad de activos financieros, y muchas empresas, los bancos entre ellas, ven tambalear su solvencia económica y ser objeto de rescates con fondos públicos. ¿Cuál es la diferencia entre los bancos y otras empresas que invierten en los mercados financieros? Que la inversión no es el negocio principal de las segundas, sino un complemento ejecutado con el pasivo de su operativa genética. Sin embargo, el negocio de los primeros radica propiamente en la inversión, y son los clientes con sus depósitos los que lo activan, es decir, si se retira el pasivo, los bancos se descapitalizan y no pueden seguir invirtiendo, incurriendo en quiebra si los planes de remediación no alcanzan. Llegados a este punto, sólo existen tres opciones para resucitar el banco, o al menos, garantizar la devolución de los activos a los clientes: Recapitalización de accionistas o bail-in, absorción por otra entidad, o rescate estatal o bail-out.

No se puede dejar caer a un banco. En contra de lo que los sectores extremistas de la izquierda piensan, un banco siempre debe ser rescatado de una forma u otra, ya que no hacerlo comprometería seriamente el sistema económico del país. Si no se devuelven los depósitos a sus dueños, muchas empresas podrían quebrar y muchos particulares se verían sin ahorros. Además, una inseguridad de este calibre espantaría a los inversores, y el efecto contagio podría derribar el tejido bancario como un castillo de naipes, haciendo entrar en default al país como le ocurrió a Grecia o varias veces a Argentina. En el caso del SVB, la FED y el Tesoro han asumido la bancarrota y han garantizado la devolución de los depósitos, pero no lo invertido en acciones y otros instrumentos financieros. Dicho de otro modo, el Estado no se hace cargo del riesgo asumido por otros inversores, como es lógico. Aprovechando tendenciosamente que un rescate estatal de una entidad privada implica socializar sus pérdidas con dinero público, esos mismos sectores extremistas de la izquierda arguyen que siempre tiene que estar «Papá Estado» para corregir los errores del capitalismo, o más concretamente, del liberalismo económico. Si bien no existe la perfección en la economía bajo ningún sistema, estos casos particulares del SVB y del Credit Suisse han sido provocados por los propios Estados, que han intervenido la economía inyectando liquidez tras la pandemia y que siguen haciéndolo al subir los tipos de interés para luchar contra la inflación. Es difícil saber qué hubiera pasado si los bancos centrales se hubieran encomendado al libre mercado, y puede que nunca se sepa dada la naturaleza intervencionista de éstos.