Crítica al funcionariado, un modelo laboral elefantiásico, improductivo y parasitario.


Quién mejor que Forges para ilustrar el hastío que produce en la sociedad la burocracia, ese funcionariado público que se dedica de por vida al Estado; un pozo de horas entre oficinas, ventanillas y despachos; un tejido inmenso de improductividad que no deja de crecer. La viñeta representa fehacientemente lo que significa la función pública en países conducidos por políticas socialdemócratas que, a día de hoy, sufre casi todo Occidente a cuenta de que es un más que importante nicho de votantes. En mayor o menor medida, los diferentes partidos que suelen disputarse el poder estimulan la creación de puestos públicos para ganarse las papeletas del funcionariado que, junto con las de los pensionistas, son los que generan las más importantes variables exógenas en las decisiones político-económicas del gobierno de turno, sobre todo si tiende más a la izquierda. Puro clientelismo político. Pocas cosas hay más declarativas que el gráfico extraído del mismo INE, en el que se muestra el incremento del 34% en el empleo público en los últimos veinte años. Actualmente hay alrededor de 3 millones y medio de trabajadores públicos, lo que supone el 20% respecto de los trabajadores privados, que son algo más de 17 millones. Partiendo de la base de que el salario medio bruto mensual (SMBM) en el sector público alcanzó los 2.884,7€ en 2020, frente a los 1.818,6€ del sector privado, significa que —haciendo un cálculo a muy grosso modo con las referencias tributarias de la Comunidad de Madrid (por poner un lugar)— se necesita el IRPF según el segundo salario de 10 trabajadores de empresa privada para pagar el SMBM a cada empleado público. Lógicamente, la hacienda pública no se nutre solo con el impuesto sobre la renta de los trabajadores del sector privado, pero sirve para hacerse una ligera idea de lo que cuesta el mantenimiento de una abultada burocracia. Tan es así, que el gasto público se ha multiplicado por 20 desde 1980, según la gráfica de la web datosmacro.com: Pero no, no todo empleo público es burocrático, no todo funcionario es improductivo. Sin embargo, la burocracia etimológicamente entendida —procede del francés bureaucratie donde bureau significa oficina— sí es improductiva en tanto que supone un coste público y no produce ningún bien de capital ni de consumo. Y esto es algo que ocurre tanto en el sector público como en el privado. La gran diferencia es que en el privado se tiende a optimizar a fin de abaratar costes, mientras que en el público se hace todo lo contrario con fines clientelares de diversa índole. Este es uno de los verdaderos fallos de la socialdemocracia, que a su vez heredó del socialismo marxista, y que quedó patente en la URSS de Stalin cuando el aparato burocrático del Estado creció de forma inasumible y tuvo que ser revertido durante el mandato de Jrushchov.

Hay que entender, pues, que el socialismo por su naturaleza estatista tiende a engrosar el número de trabajadores públicos con el objetivo de emplear al mayor número de personas aunque sean una carga para el erario público, normalmente compensado con la contraparte productiva, si bien no siempre se ha cumplido en los numerosos casos históricos. Muchos de estos trabajos públicos no estaban sujetos a oposición, eran empleos al uso dependientes del Estado. Sin embargo, ese examen que evalúa los conocimientos para un puesto público tiene como origen el reinado de Felipe II, año 1588, donde se estableció que el profesorado debía ser cribado y escogido mediante una oposición como única forma de garantizar que la educación impartida provenía de personas acreditadas, para así reducir «la ignorancia del pueblo». Ya a mediados del s.XIX, durante el reinado de Isabel II, Bravo Murillo reguló las oposiciones como mecanismo de acceso a puestos públicos.

Ahora bien, ¿son las oposiciones la mejor fórmula para el acceso a un empleo público? Es fácil encontrar respuestas a favor y en contra, y es difícil tener una posición clara al respecto, pero desde una perspectiva liberal, la pregunta sería, ¿es sostenible el empleo público? No, en absoluto, al menos como está planteado desde tiempos de Antonio Maura, donde un funcionario no puede perder su puesto a menos que una causa disciplinaria lo justifique. Esto significa lo que Forges representa en su viñeta: un ejército de burócratas tremendamente improductivos que no pueden ser cesados de su puesto. Una tremenda injusticia que provoca una contradicción de clase en el ideario socialista que tanto defiende el sector público: los funcionarios pertenecen a una clase social protegida por el Estado frente a los asalariados del sector privado. ¿Su solución? Que todos los empleados sean públicos. Insensateces aparte, es un hecho que muchos ciudadanos optan por opositar para garantizarse un futuro laboral sin sobresaltos, sin temor a ser despedido hasta la jubilación. Es una cultura prácticamente inseparable del paradigma social español ¡porque los políticos la han ido inculcando desde hace siglos! ¿Cómo cambiar la mentalidad de una población acomodada en el paternalismo estatista? La alternativa en el próximo artículo.