El que no se consuela es porque no quiere, salvo uno, que no puede.


Últimamente se vive con más morbo una noche electoral que la final de un magno evento deportivo. La polaridad a la que nos han llevado los partidos políticos marginales —en el sentido matemático de la palabra— ha generado un despertar democrático no visto en las décadas del bipartidismo. Hay «vidilla» y me encanta. Queremos que gane uno u otro, pero sobre todo queremos que pierda el enemigo. Y cuanto más dolorosa sea la derrota, mejor. La noche electoral de las elecciones autonómicas andaluzas dejó la incontestable victoria del PP de Moreno Bonilla. Los andaluces le colocaron una aterciopelada alfombra roja en la portada barroca del Palacio de San Telmo de Sevilla, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía. El PP buscaba eso, una mayoría absoluta que no supeditara su gobierno a coaliciones incómodas o pactos de mal gusto. Recordemos que Moreno ya gobernaba en coalición con Juan Marín (Ciudadanos) y con el apoyo de VOX, que posibilitó la investidura del candidato del PP. Los rumores de traición del partido naranja provocaron el adelanto electoral, lo mismo que ocurrió en Castilla y León este 2022, y en la Comunidad de Madrid el pasado 2021.

Decía Teresa Rodríguez, la candidata de Adelante Andalucía, que se ha conseguido espantar al monstruo del fascismo en clara alusión a VOX y a Macarena Olona, su candidata. En cierto modo tiene razón. La burbuja que había inflado el partido paleoconservador se desinfló a la hora de la verdad. Olona no logró ni siquiera alcanzar el resultado que previeron las encuestas demoscópicas de precampaña y campaña. Una burbuja hinchada a conciencia con bravatas de fervor patriótico, antisocialistas y con alguna que otra polémica, como la de su empadronamiento, que buscó rentabilizar victimizándose. Mismo consuelo se dieron el PSOE y ese conglomerado de partidos unidos con una candidata «random» denominado Por Andalucía en el que se alojaba Podemos. Irrelevancia absoluta de la izquierda no moderada. Siete escaños en total que no sirven para nada más que para dar un poco de guerra en las sesiones parlamentarias. El «podemismo» se evapora como un vampiro con la primera luz del día. Está amaneciendo por fin, estamos dejando atrás esa maldita oscuridad populista del ala más perversa e identitaria de la izquierda española. Una vez destensada la cuerda por un lado, se destensará por el otro por puro desinterés. Al tiempo.

El que no se puede consolar de ninguna de las maneras es Ciudadanos. Pasa de veintiún escaños a cero. Se veía venir. Jamás vi semejante autodestrucción de un partido. Ni una decisión acertada en los últimos años. Había gente muy válida en sus filas y más de uno tuvimos la ilusión de tener en España una formación de centro progresista y socioliberal alejado de populismos. No eran perfectos. Lo sabíamos. Pero era lo mejor que se podía esperar en un país secuestrado por la socialdemocracia corrupta y subvencionista. Desaparecerán lentamente como lo hizo UPyD, su referente genético. Volvamos al PP y su mayoría absoluta. Siendo pragmáticos, era lo mejor que le podía pasar a la región y a sus ciudadanos. Estabilidad política para bien o para mal durante cuatro años, sin interferencias, sin presiones. El mal del bipartidismo fueron las mayorías absolutas, el poder sin frenos. El mal del multipartidismo está siendo la cogobernanza con populistas y traidores. Esperemos que en estos compases de la regeneración democrática quede aprendida la lección y se antepongan los intereses del pueblo a los de los políticos, por poco que sea.