Repugna cómo los identitarios victimizan a los colectivos que supuestamente dicen defender.
Valoración objetivable: Noelia Frutos, la diputada en la Junta de Castilla y León por el PSOE, que tuvo el encontronazo con Juan García-Gallardo, vicepresidente en la misma cámara por VOX, no es una persona común. Sufre enanismo y necesita de una silla de ruedas motorizada para poder desplazarse. Físicamente no es normal, está discapacitada. ¿Psíquica, psicológica o intelectualmente es una persona normal? Lo es. ¿Hay que tratarla como una persona normal? Indudablemente. Valoración subjetivable: En las palabras de Juan García-Gallardo pueden caber varias interpretaciones en función del sesgo político de quien las haga. La oposición ha considerado inaceptable la forma en la que el vicepresidente se ha dirigido a la diputada, mientras que otros no han visto afrenta alguna, sino todo lo contrario. Analizando de la forma más imparcial posible el careo completo, que ha sido cortado a conveniencia por algunos medios de comunicación afines a los colores de la diputada, se puede apreciar que Juan García-Gallardo no busca ofender intencionadamente a Noelia Frutos, pero su discurso, su manera de enlazar frases, su forma de emitir el mensaje y su lenguaje no verbal puede que no sean los más adecuados.
Una vez expuesto lo anterior, se antoja innecesario y hasta contraproducente diseccionar las palabras de ambos contendientes dialécticos. Que cada cual visione lo acontecido y saque sus propias conclusiones. Lo que aquí se viene a criticar es cómo la política identitaria maneja a su antojo la percepción social con los colectivos teóricamente discriminados, denotativamente anormales (en el sentido estricto de la palabra). El modus operandi de la izquierda identitaria consiste en retroalimentar constantemente su discurso victimizando a estos colectivos para poder seguir haciendo política y vivir de su populismo. Se hace patente con el colectivo femenino, con el colectivo LGTBI, con el colectivo inmigrante y, en este caso, con el colectivo de discapacitados. Su lucha, noble por otro lado, consiste en normalizar lo que consideran que la sociedad percibe como anormal —diferente— debido a una cultura retrógrada que ha propiciado una histórica discriminación. Lucha eterna que no termina ni terminará porque la mantienen anormalizando —diferenciando— continuamente lo que la sociedad en su inmensa mayoría ya percibe como normal, generando a su vez un impulso inicuo al otro lado del espectro ideológico.
La crítica no acaba aquí. La derecha identitaria, encarnada en este caso por el vicepresidente Juan García-Gallardo de VOX como portavoz involuntario de una comunidad profundamente católica y conservadora, peca de exactamente lo mismo que la izquierda identitaria: hacer una normalización fundamentalista de lo anormal con fines políticos. Atendiendo al acalorado debate objeto de este escrito, lo que defendía el joven e inexperto político derechista es la normalización —aceptación— de las discapacidades físicas y psíquicas desde un punto de vista clínico y moral, atizando a su vez a los progresos liberales como el aborto o la eutanasia por ser éticamente perversos. La visión idealista del ser humano es la que cataliza la delirante argumentación como la que sostuvo el vicepresidente en la cámara castellanoleonesa, por la cual lamentó que ya apenas naciesen niños con Síndrome de Down en algunos países de Europa, o que se interrumpiesen embarazos al conocer discapacidades prematuramente. ¡Como si existiese una conspiración eugenésica! Si bien existe el dilema filosófico sobre desde cuándo se considera la vida humana —desde la gestación o desde el nacimiento—, la razón práctica se ha antepuesto a la razón teórica en tanto en cuanto nadie quiere vivir encarcelado en su propio cuerpo por una discapacidad parcial o totalmente inhabilitante, y en tanto en cuanto todo ser humano quiere disponer de plenas capacidades vitales para desarrollarse como individuo.
Vivimos una lamentable época política, un tira y afloja de pulsiones populistas que avergüenzan a una parte de la sociedad cabal educada en la empatía y en la tolerancia, al mismo tiempo que envilecen a otra parte. El desarrollo humano de los primeros se vuelve lento por el influjo de los segundos, provocando hastío y decepción. Sobran.
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