El imperativo ideológico liberal no es bajar impuestos, es reducir el gasto público.


La batalla cultural entre grupos ideológicos ha traspasado las pantallas del smartphone y del PC, ha salido de Twitter y Youtube, y se ha instalado en la vida social y política. El orden liberal que defendemos algunos desde grandes canales audiovisuales o desde humildes blogs está a un lado del tablero. Al otro, las diferentes izquierdas, todas enemigas del capitalismo y del liberalismo. Las diferentes derechas, en su ortodoxia conservadora, se han subido a lomos del liberalismo —progresista ortodoxo— en la disputa. «Socialismo o libertad» fue el eslogan de campaña electoral de Ayuso en 2021. Hoy PP y VOX compiten por hacerse con el votante descontento con la socialdemocracia gobernante, con la subida de precios, con la pérdida de poder adquisitivo y, sobre todo, con el derroche de dinero público en banalidades que no le quita el sueño a ese obrero que dice defender la izquierda indefinida —la de algunos sectores del PSOE, y todo Podemos y sus derivadas—, pero que a los vanidosos de la acertadamente llamada «generación de cristal» sí les parece importar, y ya solo ellos son su principal aporte de votos. El aumento de impuestos a autónomos, la inflación disparada, la fuga de youtubers a Andorra para evitar saqueos fiscales, los altavoces mediáticos liberales con cada vez más discípulos, y la clase media y baja más asfixiada regalaron a la derecha la estrategia obvia de decirle al ciudadano lo que quiere oír: hay que bajar los impuestos.

Cuando un político dice lo que la gente quiere oír puede ser por dos cosas. Una es por existir un clamor popular casi unánime. Otra es por populismo. En efecto, flaco favor le está haciendo la derecha al movimiento ideológico liberal cuando habla de bajar impuestos por norma. Si de verdad se dicen liberales, el mensaje no debe ser ese, sino el de reducir el gasto público. No puede existir bajada de impuestos sin disminución del gasto público. De no hacerlo, la única forma de financiar dicho gasto es con deuda a largo plazo, que será pagada en el futuro con impuestos. Es una populista huida hacia delante. Un engaño de lo más nocivo para los intereses del país y de la sociedad. Y no será por partidas innecesarias a suprimir. Chiringuitos clientelares, subvenciones ridículas y la corrupción son solo la punta de un iceberg que se puede reducir a poco más de un imprescindible bloque de hielo sin perder un ápice del Estado de Bienestar que disfrutamos. Porque no existe esa dicotomía entre bajar impuestos o perder servicios sociales. Es una falacia de falso dilema antiquísima en política. No es otra cosa que asustar al incauto con que se quedará sin sanidad, educación, pensiones o infraestructuras. Es una mentira socialmente aceptada porque, por desgracia, hemos asumido y facilitado que el Estado crezca sin cesar a cambio de una cuestionable mejor protección.

No obstante, puede que el contexto inflacionista actual favorezca una bajada de impuestos para corregirlo. Cuidado con qué palancas se tocan, porque lo que puede ser una solución puede agravar el problema. Cuando la inflación se produce por un aumento de la oferta monetaria, las medidas deberán ser unas; sin embargo, cuando se da por una subida del precio de la luz y por el recalentamiento económico post-pandemia, las medidas deberán ser otras. Sin ir más lejos, una bajada generalizada del IVA generaría más inflación, pero si se combina con una notable disminución del gasto público y con un aumento del IRPF se conseguirá reducir la demanda de bienes y servicios, bajando así el precio de estos. La contrapartida negativa que tiene es que el crecimiento de la economía y del empleo se verán afectados. Otra formulación consiste en hacer más productivas a las empresas y a autónomos bajándoles impuestos, a fin de que recapitalicen sus negocios e inviertan en mejorar cadenas de producción y suministro, lo que bajaría el precio del producto final. Su contrapartida negativa es que es una solución medio o largoplacista, y las sociedades adolecen de paciencia. O puede que que con políticas monetarias de tipos de interés y flujos de caja se mitigue el problema. Los problemas económicos no atienden a soluciones mágicas.

Una cosa hay que tener clara: el mensaje que un político manda a la ciudadanía debe ser cuidadoso y modulado. Insistir en una bajada de impuestos sin dar más detalles es populista en tanto en cuanto es inviable si no existe un recorte del gasto público. Y abrazar el liberalismo con populismos solo hace que cargar de razones a la izquierda con la que se pretende batallar.