No, no es lo mismo un refugiado ucraniano que un inmigrante subsahariano.


La indeseable invasión rusa a Ucrania deja miles de personas que han perdido su casa, su trabajo, sus pertenencias... su vida. Las guerras dejan huérfanos por doquier, y no solo sensu stricto. Maldicen la existencia de los ciudadanos de un país para siempre, los humillan, los condenan al éxodo, los matan en vida hasta que resucitan en otro lugar lejos de casa. Y por si esto fuera poca desgracia, en Ucrania los hombres en edad de luchar han de defender su país abandonando al resto de su familia a su suerte. Mujeres y niños se ven solos en busca de paz, de vida, pero con la peor incertidumbre del alma: no saber si el padre, el esposo o la pareja volverá a su lado. ¿Qué clase de persona puede condenar a otra a tal infierno? Es difícil dar crédito a lo que está sucediendo entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, ahora no es momento de contar si A provocó a B, o si B es un tirano. Ahora es momento de hablar claro.

Puede que haya que aplicar el archiconocido refrán "A río revuelto, ganancia de pescadores" para lo acontecido en Melilla recientemente. Un salto masivo de la valla de la ciudad autónoma por parte de inmigrantes subsaharianos. La izquierda más oportunista y demagoga ha comparado el exilio ucraniano con la inmigración desde África hacia Europa, y acusan a los sectores derechistas de la esfera política española de recibir con los brazos abiertos a los refugiados que huyen del horror de la guerra a la vez que le niegan la entrada al senegalés o al guineano que se muere de hambre. Ojalá todo fuera tan diplomático, pero no lo es. Podrían, incluso, tener razón, pero la acusación vomita tintes xenófobos, pues, por lo visto, para la derecha no es lo mismo un ucraniano rubio que un senegalés negro; con los primeros existe compatibilidad de raza y de cultura. Se le ven las costuras populistas al argumento, como suele ser norma en ciertos colectivos pro-inmigración contra los que son anti-inmigración. Y a la contra también ocurre algo parecido, faltaría más en política, pero aprovechar una guerra para echarse basura es lamentable.

Lo mejor en estos casos es ser totalmente objetivo y analizar las cosas como son. Efectivamente, no es lo mismo un refugiado ucraniano blanco que un inmigrante subsahariano negro, pero no por los atributos físicos, sino por el contexto, la actuación, el fin y los medios. Todos merecen los mismos derechos y oportunidades porque es desconocido el motivo que les llevó a dejar su familia y su vida, pero los medios que utilizan para conseguir su fin es lo que marca la diferencia. No es racismo, es sentido común. No es comparable una madre ucraniana con sus hijos que pide asilo en otro país, que un menor o un joven subsahariano que invade un territorito por la fuerza. No es lo mismo acoger temporalmente a unos ciudadanos perseguidos, que aceptar la entrada de individuos violentos entrenados e instigados por mafias y traficantes ilegales de personas. No es justo equiparar el drama de quien quiere rehacer su vida legalmente que quien prefiere vivir al margen de la legalidad.

Basta de ingenuidad. Es de sobra conocido que muchos inmigrantes ilegales viven separados de los márgenes rectores que rigen las sociedades occidentales, la mayoría de veces esclavizados por las mafias que se encuentran en su destino, bien porque no tienen otro remedio, bien porque es mejor así, o bien porque ambas cosas son compatibles y ventajosas. Inigualable paradoja es en la que incurren los grandilocuentes defensores de una presión fiscal insana para unos y libertad absoluta para otros. Leñe, que la okupación o el top manta es un agravio incalculable. Los vendedores de falsificaciones no pagan IVA, no pagan el alquiler del espacio público, destruyen el comercio legal desde la pequeña tienda del centro hasta el fabricante de gafas de sol, bolsos, prendas, contenido audiovisual, perfumes, etc. Son el último eslabón de una cadena de corrupción y de un ecosistema ilegal que cuesta miles de millones de euros al año. ¿Cómo defender tal atropello al ciudadano que se gana la vida pagando sus impuestos religiosamente? ¿Acaso ciertos partidos de izquierdas tienen algo material que ganar con todo esto o solo es una engañifa para votantes hippies antifronteras?

No es fácil entender la postura de ese buenismo que campea alegremente desde hace ya demasiado tiempo. ¿Qué son los irrigadores de tal tendencia? ¿socialistas, comunistas, marxistas, progresistas? La multiculturalidad es positiva, ¿qué duda cabe? En casi cualquier ciudad existe un restaurante de comida exótica, un bazar abierto de sol a sol, una asistenta del hogar, un cuidador de personas mayores, y un largo etcétera de soluciones que a todos facilita la vida. Es capitalismo al fin y al cabo en un mercado libre. Si viviésemos en un escenario socialista, el Estado sería el coordinador y el empleador forzoso de todos estos servicios mediante mano de obra nacional, perdiendo así toda la riqueza cultural de los extranjeros. Una de las bases económicas de un Estado verdaderamente socialista es el pleno empleo de su masa obrera. ¿Qué pretende el sector buenista de fronteras abiertas cuando España tiene más de tres millones de desempleados? ¡Tres millones! Se dicen socialistas pero no son más que una cuadrilla de populistas e impresentables que hace tiempo perdieron el sentido de su existencia política, y ahora se arrastran mendigando algo de apoyo con proclamas ridículas. Mucho asco.