Las políticas identitarias fabrican pulsiones hacia la polarización de la sociedad.

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Nadie mínimamente conectado con la actualidad es ajeno a esa sensación tangible de agresividad idiopática que es incluso capaz de masticarse. Cualquier noticia, publicación o comentario en redes sociales nos pone a la defensiva, nos hace agarrarnos al sillón obligándonos a respirar hondo para calmarnos, evitando así un recalentón sanguíneo y el inevitable exabrupto. Occidente se aburre, sufre de éxito. Ya queda poco por lo que luchar. Para explicarlo debemos saber que Inglaterra siempre ha tirado del carro del desarrollo continental hasta que los Estados Unidos la adelantaron para erigirse capitan libertario. Fueron los primeros en evolucionar su sistema político, económico y social, cambiando el feudalismo, el gremialismo y el absolutismo monárquico por un sistema pluralista que devino en la Primera Revolución Industrial a mediados del s.XVIII. El resto de países del oeste de Europa siguieron su estela, así como la América anglosajona, pero no ocurrió lo mismo con la Europa del este, oriente y las colonias latinoamericanas, africanas e indias, que estuvieron subyugadas por sistemas tan extractivos como la esclavitud y la servidumbre.

Hace doscientos años había mucho por lo que luchar. Se estaba cambiando el orden mundial, y un hecho de tal magnitud provocaba fricciones como en el lento movimiento de dos placas tectónicas. Las placas del progresismo contra la del conservadurismo. La de la lucha obrera en las fábricas contra la del capitalista explotador. La del esclavo contra la de su esclavista. La del siervo contra la de su amo. Las décadas fueron pasando y las placas se estabilizaron. Las injusticias laborales y los modos de producción esclavistas ser erradicaron, y se abolieron la servidumbre y la esclavitud a lo largo y ancho del planeta. Capítulos históricos como la Revolución Inglesa en el s.XVII, preludio de la Revolución Industrial; la Revolución Francesa y la Guerra de Independencia de EEUU en el s.XVIII; las sucesivas Guerras de Independencia en Latinoamérica y la Revolución Gloriosa española en el s.XIX; y todos los acontecimientos del s.XX fueron los catalizadores del altísimo grado de bienestar social y paz de hoy en día en gran parte del mundo.

Al socialismo le debemos una parte de este éxito en cuanto a relaciones sociales se refiere, es decir, su origen primitivo: el socialismo utópico de Henri de Saint-Simon, que sirvió como base para desarrollos posteriores orientados a transformar el sistema socioeconómico en un modelo más justo con el débil en el contrato tácito o explícito entre empleado-empleador para con los medios de producción o la tierra. No obstante, como ocurre con cualquier corriente filosófica, de esta surgieron n derivadas que no son ojetivo a tratar ahora, pero que sí impactaron de lleno en el devenir de los acontecimientos hasta el presente. Es factible considerar este presente desde el despertar del s.XXI y la explosión globalizadora de la era digital, la Cuarta Revolución Industrial, y como todas las anteriores, con el capitalismo como conditio sine qua non para su desarrollo. El capitalismo, desde su nacimiento, ha sido una construcción a derribar constantemente por el ariete del socialismo. Sin embargo, la historia ha demostrado que sólo ha sido capaz de mellar los materiales para advertir de fallos estructurales y hacerla más resistente.

Y nos encontramos un presente con un orden mundial en constante perfeccionamiento, en el que el socialismo como teoría de base ya apenas aporta, con lo que para subsistir ha tenido que ir tomando identidades: racial, sexual, cultural, social o nacional. El socialismo identitario pretende establecer políticas que corrijan la desigualdad o las injusticias en cualquiera de sus identidades, y no se puede negar que no haya conseguido sus propósitos: la sociedad occidental es muy tolerante con la diversidad si la comparamos con países islámicos. Pero este proceso de aperturismo es, en cierta medida, revolucionario, y genera las fricciones que ya conocemos: el progresismo contra el conservadurismo, o lo que es lo mismo, un choque de identidades. En pleno 2020 este choque está tremendamente activo al tener una sociedad demasiado polarizada, es decir, la salsa del socialismo identitario: la confrontación. Cada vez queda menos por lo que luchar en Occidente, pero el ariete tiene que seguir golpeando ayudándose con lo que tenga a mano, aunque sea demagogo y populista, lo cual provoca ese odio y agresividad que nos invade.