Europa envía un salvavidas a España tan necesario como vergonzoso.
La Unión Europea dio por finalizada la cumbre de reconstrucción post-covid después de muchas horas de reunión, discusión y negociación entre los países miembros. Lo que estaba en juego era de suma importancia. Era, nada más y nada menos, que una prueba de fuego a la convivencia vecinal en el continente. Era llegar a un acuerdo para mutualizar las pérdidas que ha provocado, y que sigue provocando, la pandemia de coronavirus. Era, al fin y al cabo, demostrar que Europa está para estas cosas, y que el proyecto común iniciado en 1993 sigue siendo necesario para casi todos los países e indispensable para España, Portugal, Italia o Grecia. Para el liberalismo tener una organización supranacional que gobierne a los gobiernos de los países es añadir más estatismo a los modelos de Estado actuales, ya de por sí hipertrofiados, y no sólo eso, sino que implica tener otro banco central manipulando precios y desvirtuando el libre mercado. Pero si no fuera por este organismo, España estaría en la más absoluta ruina. Y no es descabellado pensar que seríamos la Argentina del viejo continente, ya que algunos de los miembros del Gobierno apuestan por la Teoría Monetaria Moderna (o neochartalismo), que defiende que la impresión de billetes no genera inflación, y que con ello se podría financiar absolutamente todo. Dadas las circustancias, hay que dar gracias a que España pertenece a la Unión Europea.
Pedro Sánchez, que ya tiene el deshonroso honor de ser el peor Presidente del Gobierno de España bajo el denominado por la izquierda "Régimen del 78" —en clara alusión a la herencia franquista—, ha estado las últimas semanas mendigando los apoyos de los primeros ministros de otros países con el único objetivo de colgarse la medalla cuando terminase la cumbre. Algo que iba a hacer con cualquier desenlace, como se ha comprobado viendo el recibimiento de sus adláteres de Ejecutivo. Otro que ha sacado pecho ha sido su compañero de desventuras Pablo Iglesias, que en un ejercicio de vengonzoso cinismo ha deleitado a la masa con un hilo en Twitter absolutamente populista —nada nuevo viniendo de él—. Su hipocresía roza el delirio, ya que es un reconocido antieuropeísta hasta el punto de considerar al organismo central como un nido de fascistas, y siendo así, el acuerdo para él y su formación debería ser una derrota. Y si no, debería explicar por qué su portavoz Echenique salía a criticar duramente la falta de solidaridad de los países frugales (Países Bajos, Austria, Dinamarca y Suecia) acusándolos de dumping fiscal. Sin embargo, con tal de seguir en el poder, dan por bueno un rescate de 140.000 millones de euros —donde 72.000 millones son regalados y el resto bajo créditos— cuando exigían una partida muy superior. Ahora bien, el argumento a la sociedad es claro y conciso: no es un rescate sino que es un acuerdo de reconstrucción económica mutuamente benificioso para España y la UE, que deja atrás las políticas de recortes y austeridad de la última crisis. Nada más lejos de la realidad.
Más de 48.000 muertos según el Instituto Nacional de Estadística (INE) pero menos de 28.000 reconocidos, 15 millones de euros de dinero público para comprar las televisiones privadas a fin de no difundir imágenes de la tragedia, monopolización de todas las portadas de los periódicos nacionales con objetivos propagandísticos, reconocimiento por parte de organismos extranjeros como la peor gestión contra el Covid del mundo, y otros tantos rubores no parecen hacer mella en el material duro como el cemento del que está hecho el rostro de los muchos integrantes del actual gobierno. Y no contentos con eso, han estado haciendo un llamamiento público a la solidaridad para socializar las incontables pérdidas económicas con otros países que han tenido una actitud responsable durante estos meses y que han conseguido minimizar el impacto de la pandemia. Países con políticas sociales, gasto público y recaudación fiscal parecidos a los de España, pero con deuda reducida. No es casualidad, es sensatez. Y como tal, es lógico que exijan reformas estructurales a los países siempre necesitados para disuadirles de sus prácticas económicas irracionales, y evitar así futuros sacrificios que suponen un riesgo financiero al conjunto de naciones. Macroeconómicamente hablando, que la Unión Europea haya fabricado deuda conjunta por valor de 750.000 millones supone que economías poderosas como la de China —curiosamente el originador de todo el problema— vayan adquiriendo esos euros con los que comprar posicionamiento en Europa, continente al que prácticamente está fagocitando al perder competitividad en el mercado, y que la socialdemocracia imperante en la mayoría de países solo hace que lastrar su desarrollo. Hacen falta más políticas inclusivas como la de Países Bajos y menos infiernos fiscales como el de España. Hasta que esto no sea un clamor, seguiremos mendigando dinero lastimósamente y haciéndonos las víctimas vergonzósamente.
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