La crisis del coronavirus despierta incomprensibles sentimientos revanchistas




Por lo visto en los últimos días a la sazón de la movilización del sector privado para hacer lo que el público no hizo cuando debió, aparecieron ciertos sujetos para intentar afear lo que, a todas luces, es un acto de solidaridad. Concretando un poco, podemos centrarnos en la sempiterna diana de este colectivo, que no es otro que Amancio Ortega, que ha puesto a disposición de la sanidad española sus medios productivos para confeccionar productos como mascarillas y batas médicas. Además, una de sus hijas ha colaborado con la compra a China de cientos de miles de estos bienes indispensables en la situación que vivimos. Y aunque no sólo Inditex está arrimando el hombro —algunas alcoholeras están produciendo alcohol sanitario, algunas cosméticas están fabricando hidrogel, incluso Mango (principal competencia) está donando mascarillas—, su dueño es el único centro de las críticas de los cainitas de hoy.

Muchos de estos voceras, personajes públicos incluidos, aparecían en el estercolero digital por excelencia (Twitter) para denostarle a Ortega su "solidaridad" mientras planteaba un ERTE a decenas de miles de trabajadores. Al parecer, y gracias a una negociación de la empresa con sus sindicatos, avalados estos por unos resultados corporativos muy positivos, dicha decisión quedaba paralizada, e Inditex correrá con los salarios íntegramente. Y aunque tengan razón, que la tienen, sus innecesarias lecciones de moral obedecen a un sectarismo dogmático y revanchista tan dañino como el propio coronavirus. Porque este tipo de individuos no son ejemplo de nada, pero saben que sus mensajes tienen un potente poder de pastoreo. Si desde muchas esferas de la sociedad se llama a la colaboración ciudadana, se anima a luchar ahora y pedir responsabilidades luego, estos guerracivilistas prefieren no perder el tiempo.

Podríamos pasar de largo por lo anterior y no prestar atención a quien no la merece, pero llueve sobre mojado. Ocurre lo mismo con eso que llaman "la privatización de la sanidad pública madrileña". Como Franco no pinta nada en este entuerto, había que desempolvar la momia de los recortes producidos por la crisis de 2008 y sacarla a pasear. Debe ser mera casualidad que en la Comunidad de Madrid gobierne el enemigo, que está rogando al Gobierno central más material sanitario, lo mismo que en el resto de España. Material que el Gobierno debería haber adquirido a nivel nacional en previsión de lo que nos venía encima, pero que no hicieron porque consideraron más importante organizar y manifestarse el 8M, provocando así que Madrid se convirtiese en el Wuhan español, y colapsando su sistema sanitario. Hace falta valor, no solo para no hacer ni la más mínima autocrítica, sino para echarle el muerto —con todos los respetos— al gobierno madrileño por algo que ocurrió hace una década, y que fue provocado —una vez más— por la irresponsabilidad del anterior gobierno socialista.

Más sanidad pública no significa mayor calidad. Es bien sabido por el conjunto de la ciudadanía que, no sólo en Madrid, las listas de espera son eternas, y las calidades y comodidades de los hospitales públicos dejan mucho que desear. Pero es de ley asumir que los recortes en algo tan sensible como el sistema sanitario son siempre desaconsejables, y que ante un problema de la magnitud del coronavirus provoca que se le salten las costuras. En cambio, lo que no es de ley es escudarse en que nadie esperaba esta situación para justificar la falta de materiales y culpar, sin embargo, a los recortes. Y por último, cabe recordar que Madrid es una de las Comunidades Autónomas con más ciudadanos con seguros privados de salud, siendo estos atendidos en hospitales y centros privados, desahogando así a los centros públicos. Por cierto, Cataluña es otra de esas Comunidades (entiéndase el apunte).

Caín acabará con Abel de nuevo. Tiene todo de su lado: mayor propaganda, medios de comunicación defensores y, sobre todo, mucha más soberbia y cinismo. La desinformación y la credulidad hará el resto.