¿Debemos ser tan libres como para decidir cuándo y cómo morir?




Empecemos por el final: Sí a la despenalización de la eutanasia en España. Sí al derecho inherente del ser humano de decidir cuándo morir. Sí a liberarse de la inamovible losa que puede suponer una enfermedad física o psíquica irreversible, tanto para uno mismo como para los seres queridos. Las sociedades contemporáneas han de evolucionar hacia una esfera del conocimiento alejada de teologismos anacrónicos que cercenan la libertad del individuo. La metafísica especulativa no debe impedirnos ver que la muerte es un proceso ontológico de la propia vida, y como tal, somos dueños de ella. En ningún caso, la libertad personal, en un asunto tan privado como determinante, puede depender de las creencias de un colectivo político y/o religioso.

Ahora contextualicemos: El Gobierno ha sacado adelante en el Congreso el inicio de tramitación de una proposición de ley para despenalizar la eutanasia, algo que el Ejecutivo socialista llevaba tiempo persiguiendo, y que fue una de sus promesas en campaña electoral. Y como no podía ser de otra manera, durante el debate se desató la polémica entre partidarios y detractores. La partida nos ha dejado una mayoría parlamentaria con 201 votos a favor, frente al Partido Popular y VOX que se mantuvieron en contra, con lo que, es de suponer que se pueda lograr su aprobación en un futuro próximo. Independientemente del resultado final, no debemos dejar pasar ciertas declaraciones que algunos miembros conservadores han realizado en la Cámara Baja. Alegatos desnortados, como que la eutanasia es un mecanismo de ingeniería social que busca el abaratamiento de los servicios sanitarios y sociales, o que es una suerte de "solución final" nazi, se han pronunciado en el transcurso de la sesión.

El primer argumento es infundado, si bien sí puede darse el caso de cierto ahorro, ya que los costes de pacientes terminales o con graves enfermedades incurables son muy altos, sería marginal, puesto que el principal instinto humano es el de conservación de la vida, con lo que resulta improbable que se dé un movimiento suicida en masa como para que dicho ahorro fuese notable. El segundo argumento es directamente ofensivo e irracional, ya que está basado en un episodio de la historia protagonizado por un demente que estableció un programa de eutanasia involuntaria llamado Aktion T4, mediante el cual se deshicieron arbitrariamente de cientos de miles de ciudadanos enfermos incurables, y compararlo con el contexto actual es, cuando menos, miserable.

Por otro lado, una declaración de Pablo Echenique ha puesto de manifiesto la escasa validez de algunos de nuestros políticos. Acabar espetando "la posición de la derecha en la eutanasia es que se joda Ramón Sampedro" no es la mejor manera de defender, por fin, una medida noble y realmente progresista.