Feminista es aquella persona que, entre otras cosas, aboga por la libertad de la mujer.




La actual ministra de Igualdad, Irene Montero, ha estado girando últimamente por diversos programas televisivos para ser entrevistada, y adoleciendo de una gran falta de experiencia, como no podía ser de otra forma, ha recitado su guión como si de un mitin electoral se tratase. Es decir, sigue mostrando su argumentario más radical, sigue expresándose de forma autoritaria y con la asunción de una verdad absoluta que para nada se acerca, o debería acercarse, a la realidad actual. Y no sólo eso, sino que cae en los bretes que le ponen los entrevistadores, como por ejemplo al afirmar que la policía todavía pregunta a una víctima de abuso sexual si llevaba minifalda, lo cual ha generado un enorme descontento en este colectivo por ser tal afirmación falsa.

A pocos días del 8 de marzo, cuando se medirá el seguimiento que tienen las soflamas feministas de personajes como la ministra y su discipulado, y aunque no será un indicador realista al ser un movimiento profundamente politizado y sesgado, sí nos podrá mostrar si sube o baja la movilización ciudadana. Se hace notar relativamente que la población adulta ha dejado de comprar ese contenido ultra, por ser agresivo y carente de medianía, y se ha posicionado en un escenario de inteligente prudencia y moderación. Tal posicionamiento es el que realmente ha conseguido que en los últimos años se haya acelerado hacia un objetivo bien entendido, que no es otro que el trato igualitario y la libertad de las mujeres. Los manifiestos radicales han logrado justo lo contrario, el aborrecimiento por parte muchas personas de una ideología sana y necesaria.

El falso feminismo es que un colectivo se autoproclame líder del 50% de la población e imponga unas normas que consideran legítimas para todos, es tachar al hombre de machista y opresor por no comulgar con ruedas de molino, es pregonar que la justicia y otros entes sociales son heteropatriarcales, y sobre todo, es dictar lo que es la libertad de las mujeres. Y esto último quizá sea lo más grave, ya que puede materializarse en leyes profundamente injustas. Estos colectivos se manifiestan en contra de la prostitución, la gestación subrogada, la ovodonación e, incluso, la pornografía, por considerar que estas actividades atentan contra la libertad sexual, cosifican a las mujeres y sirven para mercadear con su necesidad. Tal argumento está muy alejado de la realidad, salvo en los casos de proxenetismo, trata u otras actividades delictivas, que son las que realmente hay que perseguir con contundencia.

En el caso de la gestación subrogada y la ovodonación, las mujeres solidaria o capitalizadamente se someten a gestar un hijo o donar óvulos, respectivamente, para ayudar a otras personas que no pueden ser padres o madres. La ovodonación en España está permitida, y es un mecanismo habitual en los tratamientos de reproducción asistida cuando los óvulos de la madre no son aptos. El banco de óvulos se constituye a base de mujeres jóvenes, normalmente estudiantes universitarias, que se someten a un programa ginecológico a cambio de una remuneración. En cambio, la gestación subrogada está prohibida en España, no así en otros países, y se trata de la fecundación in vitro de un embrión a partir de los gametos de los padres para implantárselo a una mujer que lo gestará. En ambos casos, y a fin de desmontar el argumento del feminismo radical, por el cual asocia estas prácticas con un capitalismo de la necesidad de algunas mujeres, cabe decir que es muy poco probable que unos padres elijan como gestantes o donantes a mujeres procedentes de entornos desfavorables, que son las que, seguramente, tengan imperiosas necesidades económicas. Al contrario, elegirán a mujeres procedentes de contextos vitales estables, y con cierta preparación psicológica, para afrontar con garantía una misión tan determinante.

La conclusión es obvia. Si el colectivo feminista se jacta de ser progresista, la imposición de normas y la dictadura dogmática contravienen de pleno tal esfera de progreso. El progresismo y el feminismo real debe luchar por la libertad individual de la mujer y por la consecución de sus objetivos vitales, independientemente de cómo quiera hacerlo, siempre y cuando no exista coacción. Vender un discurso feminista radicalizado sólo sirve para desdibujar la nobleza del movimiento, promover una atmósfera guerracivilista y, sobre todo, granjearse votos.