¿Cómo se fraguó la guerra comercial entre EEUU y China?
Hoy casi nadie es ajeno a que el mundo está viviendo una nueva guerra fría, en este caso comercial, que aun es incomparable con la que se libró en el pasado siglo entre el bloque capitalista y el comunista, pero que tiene a muchos de aquellos contendientes ahora involucrados. Y es que EEUU, bajo el gobierno proteccionista de Donald J. Trump, está levantando aranceles a miles de productos extranjeros —sobre todo de China, aunque también de Europa—, a fin de salvaguardar los intereses de los productores nacionales. En las siguientes líneas veremos cómo esta estrategia iniciada por el republicanismo americano tendrá continuidad en las políticas comerciales después de los comicios del 2020, salga quien salga elegido, ya que el partido demócrata también es consciente del peligro económico que supone el país oriental.
Todo comienza con el aperturismo de China al mundo, una vez superado ese comunismo cerril que ha ahogado a los chinos en la miseria durante tanto tiempo. Y es que las políticas económicas del país asiático cambiaron el escenario mundial hasta el punto de convertirse en una superpotencia que amenazaba con inundar los países occidentales de productos tan competitivos que hacían peligrar las economías locales. Para regular la competencia entre las actividades comerciales mundiales nació en 1995 la Organización Mundial del Comercio (OMC), de la que forman parte casi todos los países del mundo —salvo Corea del Norte, Eritrea, Somalia, Sudán del Sur y Turkmenistán—, la cual estableció unas normas a las que se tuvieron que acoger los miembros. Una de ellas fue la reciprocidad en el establecimiento arancelario entre dos países, es decir, si un país impone unos aranceles por cierto valor a las importaciones de productos de otro país, este último también tendrá derecho a hacer lo mismo con el primero, garantizando las mismas reglas del juego. Otra de las normas fue la distinción entre países ricos y en desarrollo, mediante la cual, aquellos países con dificultades económicas tuviesen facilidades para competir con los ricos. Imaginemos a un país que apenas dispone de mecanismos productivos de creación de bienes, y produce menos y más caro que otro país con una producción altamente automatizada, que produce mucho y barato. Es lógico pensar que al primer país se le hayan de permitir unas condiciones muy favorables para poder comerciar y no hundirle más en el fango, pues bien, esto fue lo que ocurrió con China.
China, que vio la oportunidad, se convirtió rápidamente en un productor de bienes a precios imbatibles, tanto finales como intermedios, como son el acero y el aluminio, que colocó fácilmente en países como EEUU. Esto generó un perjuicio a los productores locales, ya que las empresas que necesitaban estos productos optaban por los chinos que eran más baratos. Ante tal circunstancia, el gobierno americano impuso aranceles a estos metales, lo que provocó que China hiciera lo propio con otros productos que importaba de EEUU. Tal intercambio de movimientos en el tablero comercial derivó en que actualmente hay miles de productos gravados con tasas arancelarias entre ambos países. Últimamente, los ejecutivos de Washington y Pekín están buscando acuerdos para rebajar esta escalada de presión, que amenaza con desatar una nueva crisis mundial.
Las economías de muchos países, España entre ellos, han visto como las previsiones de crecimiento han sufrido un ajuste a la baja, debido al clima de tensión provocado por la guerra comercial, y, en no menor medida, por el Brexit. Las tasas arancelarias provocan que los productores tengan que compensarlas de alguna manera, subordinando la decisión a la elasticidad entre la oferta y la demanda del país en el que colocar los productos. Esto es, un país importador poco elástico seguramente tenga que comprar más caros dichos productos que antes del arancel, y a su vez, se encarecerán otros productos que se fabrican con los importados, impactando de lleno en los bolsillos de los consumidores finales, que ven como con la misma renta tienen que comprar más caro. En cambio, un país elástico es capaz de que su oferta y demanda de alta competitividad obligue al exportador extranjero a asumir los costes arancelarios, bien recortando márgenes de beneficios, o bien abaratando recursos.
El resultado final es el mismo de siempre, será el ciudadano medio de cualquier nación quien tenga que soportar todas las derivas de los políticos de turno, que obviamente no notarán nada de lo que acontece. ¿No es más lógico apostar por un mercado libre, globalizado y siempre respetuoso con las reglas del juego, lo cual favorece el crecimiento de las empresas, de sus trabajadores, y del ciudadano en general? Parece que los gobernantes no se dan cuenta de que todo este tipo de medidas es ponerse palos en las ruedas, como la tasa Google que se quiere implantar en nuestro país, y que traerá consecuencias negativas. En los próximos post seguiremos analizando los movimientos presentes y futuros de esta partida.
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